Con precios que oscilan entre los u$s 3500/m2 y los u$s 7000/m2, el mercado premium atrae a los inversores con una oferta única. Radiografía de las propiedades más caras del país. Los nuevos proyectos.
Una letra del rock nacional asegura que el lujo es vulgaridad pero, en este caso, bastarían apenas dos o tres argumentos para demoler semejante afirmación.
Las propiedades ostentosas, no solo por las características inherentes a su construcción y ubicación, sino por el precio, son un mercado para pocos pero que genera muy buenos negocios y que trasciende las fronteras de la patria.
Los grupos inversores internacionales se ven tentados a desarrollar productos de alta gama en la Argentina y los compradores extranjeros llegan seducidos por la ruta del vino en Mendoza o los paisajes inconmesurables de la Patagonia.
Pero también hay casas premium en la Ciudad de Buenos Aires y en sus alrededores. Tal es el caso del chateau francés de 4.300 metros cuadrados, ubicada en el club de campo Abril, que perteneció a la familia Pereyra Iraola y que hoy es propiedad de IRSA.
La casona se ofrece a la venta a un precio cercano a los u$s 10 millones.
Joyitas de la abuela
Construida en 1932 por el arquitecto José Mille y pensada originalmente como casco de estancia, la mansión de Abril nada tiene que envidiarle a un palacio francés.
Amplios salones, galerías, corredores y terrazas por doquier, muros de piedra, chimeneas, vitrales, nueve habitaciones en la planta alta y hasta una capilla y un calabozo rememoran antiguas épocas.
Cisnes de mármol flanquean el a-cceso a un estanque que refleja la silueta esbelta de la casa.
Para quienes ponderan el estilo señorial y la arquitectura de época, El Kavanagh y el Palacio Estrugamou son palabras mayores.
Cuenta la historia que una mujer que tenía tanta pena de amor como dinero mandó a construir el rascacielos más alto de Buenos Aires para vengarse de un matrimonio no consumado.
Corina Kavanagh tenía como objetivo enfurecer a los Anchorena, quienes habían levantado la iglesia del Santísimo Sacramento como sepulcro familiar al otro lado de la plaza San Martín para poder verla desde su Palacio, hoy sede de la Cancillería.
La misión encomendada en 1934 a Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María de la Torre fue impedir la visual de la basílica que hoy sólo se vislumbra desde el pasaje que lleva el nombre de la vengadora.
En 14 meses la torre escalonada de 120 metros de altura estuvo lista.
Por entonces era el edificio de hormigón elaborado más alto de América latina y aún hoy es señalado como uno de los más significativos de Buenos Aires por grandes maestros, como Mario Roberto Álvarez y César Pelli. Racional y austera, la obra no tuvo restricciones presupuestarias y reunió la mejor tecnología.
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